Ha muerto Godó.
¿Cómo es posible que Godó haya hecho su última función el día 1 y hoy, día 13, nos enteremos? Perdón, al menos yo me he enterado hoy.
Ya es duro que hagamos churros, que repitamos esos churros, que nos miremos unos a otros como poco con desconfianza, pero, ¿que no aprendamos?
Hace nada o hace una eternidad que se nos fue otra compañera y entonces nos lamentamos por habernos deshumanizado y por no ser capaces de vernos a pesar de mirarnos, aunque sea por encima del hombro.
Godó no era de esta época. Este trabajo ya no era el suyo. Él no aprendió así y no le gustaba lo que veía, hasta que el propio trabajo se olvidó de él.
Nadie se ha cabreado más consigo mismo que él al equivocarse en un take. Nadie ha conseguido adueñarse de cualquier rinconcito para echarse una cabezadita como él. Nadie ha bautizado un sofá con su nombre. Sólo él.
Ni Miguel Ángel Martín Pérez, ni Miguel Ángel Godó. Él era Godó. Al menos en esto sí estaremos todos unidos, porque NADIE podrá negar que Godó era uno de los seres más entrañables que ha habido, hay y habrá en esta profesión. ¿Sabes qué te digo, Godó? «¡Eso!»
Y mira; genio y figura, porque hasta para morir, Godó ha llegado quince minutitos antes de su hora.