domingo , 2 abril 2023
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«La voz de Hollywood»

José Guardiola (1921-1988)

 

Por Josefina Cornejo (artículo publicado por el Centro Virtual Cervantes)

Gerard Tichy, al que hace unos meses dedicábamos un artículo en esta misma sección, fue un actor alemán afincado en España cuyo rostro se hizo popular para el público español a mediados del siglo xx en títulos como Neutralidad (1949), El beso de Judas (1954) y Los siete espartanos (1963). Moldeó como nadie el arquetipo de villano en la gran pantalla. Pero hablaba alemán, de modo que él prestó un porte majestuoso e imponente y José García Guardiola (Jumilla, 1921-Madrid, 1988), uno de sus dobladores habituales, le brindó una voz que potenció aún más los aires distinguidos y señoriales del intérprete germano.

Hijo de una humilde familia oriunda de la huerta murciana, nada hacía presagiar que Guardiola se dedicaría al mundo del cine. Emigró siendo niño a Barcelona; con dieciséis años se alistó en las milicias obreras al inicio de la Guerra Civil. Al finalizar la contienda, y después de pasar un tiempo en prisión por motivos políticos, alternó diversos trabajos por la Península, hasta se atrevió con el toreo, pero su vida iba a transcurrir por otros derroteros. Cuando participó en varias obras de pequeñas compañías de aficionados, el veneno de las tablas empezó a fluir por las venas de su cuerpo. Decidido a probar fortuna en el teatro y el celuloide, en 1948 dio el salto a la capital. Los trabajos no tardarían en llegar. Su poderosa presencia física —alto, moreno, enjuto, de mejillas hundidas, pómulos alzados y nariz ancha— le ayudó a consolidar dos papeles —bien estereotipados, por otra parte—: el del español «racial» en roles de gitano y torero, por ejemplo, y el del tipo duro y malvado sin escrúpulos, bravucón y sarcástico. Tras una serie de breves intervenciones en distintas obras teatrales, a partir de la década de 1950 su nombre se hizo un hueco en la cinematografía nacional. Fue bandido, pistolero y criminal en numerosos filmes a las órdenes de Luis García Berlanga, Mario Camus, Antonio del Amo, entre otros muchos, y compartió cartel con actores como Paco Rabal y Alfredo Landa.

Un día, Hugo Donnarelli se cruzó en su camino y la suerte de nuestro futuro doblador cambió. Donnarelli, un italiano pionero y visionario del doblaje, era en aquella época el director de Fono España, los estudios que contribuyeron a situar el país a la vanguardia de esta disciplina en los años treinta del pasado siglo. No sabemos con exactitud cómo descubrió el talento de Guardiola, si este, interesado en las posibilidades que ofrecía el nuevo campo, realizó pruebas de voz en los estudios, o si se trató de un encuentro casual. Lo cierto es que la magnífica voz del murciano —grave y viril, con un registro en el que había cabida para el sarcasmo, la ironía, la melancolía y el coraje— entusiasmó al técnico italiano. Comenzaba así una fulgurante carrera jalonada de auténticos iconos del séptimo arte.

Guardiola se convirtió en «la voz de Hollywood». Fue el doblador habitual de Richard Widmark (El jardín del Diablo y Lanza rota, ambas de 1954; Dos cabalgan juntos, 1961); de Anthony Quinn (Simbad, el Marino, 1947; Lawrence de Arabia, 1962; ¡Viva Zapata!, 1952); de John Wayne (Río Grande, 1953; El hombre tranquilo, 1954); de Humphrey Bogart (Tener y no tener, 1944; La reina de África, 1951). Dobló asimismo a algunos de los mayores protagonistas, tanto norteamericanos como europeos, que escribieron la historia del cine del siglo xx, como Kirk Douglas, Yul Brynner, James Coburn, Tyrone Power, Robert Mitchum, Jack Palance, Burt Lancaster, Gregory Peck, Klaus Kinski, Vittorio Gassman y Richard Burton. A partir de los años setenta, su voz inundó los cuartos de estar de los españoles desde diferentes series televisivas de gran éxito como Los hombres de Harrelson y, en la década siguiente, Falcon Crest.

Cuentan que Anthony Quinn le felicitó por mejorar su interpretación y hacer que Zorba hablara mejor que él mismo en Zorba, el griego (1964). Y, sin duda, constituye una auténtica delicia escuchar a su Rick en Casablanca, personaje impreso en la memoria de varias generaciones de espectadores y por el que Guardiola es recordado como «la voz de Humphrey Bogart».

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