Viernes catorce de Diciembre de 2012. Estoy a punto de acabar el ajuste del último capítulo de una serie que ha durado seis temporadas. Algo que en nuestra profesión se hace habitualmente. Y algo, también habitual, que nos ocurre a los actores en estas ocasiones, es que mi mente se inunda de recuerdos y trozos de escenas vividas a lo largo de todo ese tiempo. Y, aunque solo se hayan producido en la oscuridad de la sala, todos buenos. Todos maravillosos. Recuerdos y sensaciones que voy a echar mucho de menos.
Es curioso lo que se produce en una sala de doblaje. Llegamos a horas intempestivas con nuestra cabeza llena de problemas y preocupaciones y, de repente, en un pis pas, nos transformamos y nos desnudamos por dentro en pro de un personaje que nos reclama. Nos obliga a reir, a llorar, a enfadarnos, a enamorarnos… Y todos lo hacemos sin caer en la cuenta de cómo y cuánto puede afectarnos eso. Pero aunque fuera así, nos daría igual. Todo este cúmulo de emociones nos precipita, sin nosotros controlarlo, hacia unos sentimientos de afecto y cariño hacia unos “personajes” que no existen e, incluso, como es el caso, hacia unas personas que ni siquiera conocemos. Curioso, ¿verdad?
Pero yo hoy he descubierto que, en realidad, ese afecto y ese cariño no lo sentimos hacia ellos. En el caso de Gossip Girl, es hacia nosotros. Yo debo reconocer que no voy a echar de menos a Serena, a Blair, a Dan, a Lily… Yo voy a echar de menos a sus voces. A mis compañeros. Porque aunque nos sigamos viendo, ya no tendremos esos momentos que hemos pasado con el espíritu Gossip Girl volando sobre nosotros.
Así que, con un profundo sentimiento de emoción, quiero daros a todos las gracias desde estas líneas por haber compartido conmigo ese pedacito de interior vuestro y por la entrega y dedicación que me habéis demostrado en la sala. Por vuestra paciencia. Por vuestra disposición. Por aguntaros los sinsabores. Por hacer, en definitiva, que una sala de doblaje haya sido un lugar de creación… y diversión.
Gracias compañeros.
Roberto Cuenca Jr.